Page 65 - La cultura del petróleo
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La cultura del petróleo     Rodolfo Quintero


              paredes negras, alimentos teñidos de negro, en las cuales se juzga
              a los individuos por la apariencia.
                 Para sentirse felices, sus habitantes necesitan embotarse los
              sentidos, perder el gusto. Porque todo es aceitoso, maloliente,
              lleno de ruidos producidos por máquinas, borrachos y prostitutas
              amanecidas. Sin embargo, son las ciudades más visitadas del país:
              unidas entre sí por tiras de asfalto, forman complejos urbanos que
              dominan en la geografía nacional.
                 Hasta fecha reciente expresó valores tenidos como eternos.
              Desempeñó funciones vitales: de mediadoras entre el orden civili-
              zado de la cultura del petróleo y las atrasadas culturas criollas. Con
              aspectos de Babilonia, Shanghái y “Ciudad Carbón”, en la cual nada
              valen la estadística y la contabilidad. Porque a nadie interesa saber
              cuántos nacen y cuántos mueren, ni contar los dólares que amon-
              tonan los comerciantes o las moneditas de oro reunidas la noche de
              un sábado por una prostituta solicitada. Donde no hay tiempo para
              medir la utilidad propia ni estimar la del vecino. Ciudades de vida
              acelerada, donde solo el presente tiene importancia.
                 La cultura del petróleo acusa cambios que se proyectan en la
              vida de la “ciudad petróleo”, y marca el comienzo del derrumbe.
              El futuro empieza a preocupar a los individuos y a la colectividad,
              porque significa el descenso. Que tiene expresión en la reducción

              del número de trabajadores ocupados en las compañías y en la
              limitación de las actividades de estas.
                 Entre lo pobladores de las “ciudades petróleo” abundan ahora
              desempleados, los negocios cierran sus puertas, se reduce el
              consumo de cerveza y las prostitutas anuncian el posible tras-

              lado para zonas que, como Guayana, se perfilan como mejores
              mercados. Por las calles circulan menos personas, hay viviendas
              desocupadas y solo los norteamericanos ríen y cantan como ayer.
              El cambio es violento, marcado, como en el pasado cuando sucedió
              en otra dirección.
                 Las ciudades se vacían; muchas personas desaparecen de
              la misma forma que llegaron, no vuelven a la casa de la querida
              o a la sala de juego de El Hijo de la Noche. Se van como vinieron,


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