OPINIÓN | PIEDRA, PAPEL O TIJERA/ Diego, Bradbury y los libros por William Castillo
Hace días hablaba nuevamente con Diego sobre la importancia de leer en estos días de cuarentena, cuando el tiempo se alarga, se espesa eternamente y el aburrimiento toca las puertas del alma.
Es un diálogo que llevamos desde hace tiempo, cuando – desde muy pequeño- empezó leer como loco y nunca paró… hasta que llegaron los juegos de video, la tableta, el celular del papá o la mamá al que accede con frecuencia, la pasión por el fútbol, los encuentros en línea con los amigos y, bla bla bla, papá, ya sé a qué viene todo esto.
Hace días, le dije, el pasado 22 de agosto exactamente se cumplieron cien años del nacimiento de Raymond Bradbury, el gran escritor estadounidense que nos legó una obra tan dura e impactante como hermosa: Farenheit 451, la distopía de un mundo donde leer es un delito, los libros son quemados y los bomberos producen incendios en vez de apagarlos.
-¿Y… quién es ese?-. Diego me miró con cara de circunstancia.
Lo animé y buscamos la novela en Internet y empezamos a leerla, a conocer su argumento. Recordamos el universo imaginario de Bradbury: un mundo controlado, hiper planificado, organizadamente absurdo. En este, los libros son considerados herejes porque hacen a la gente pensar, reflexionar, conflictuarse, y de lo que se trata es de que la gente “se entretenga” y viva “feliz”.
Montag, joven bombero, inquisidor de textos, que disfruta viéndolos arder a la temperatura de 451 grados Farenheit, de pronto tropieza en el ¿»Metro»? con Clarisse, una joven que le cambiará la vida, que lo llevará a conocer el mundo maravilloso de la lectura, y a convertirse en un rebelde, a quien el sistema debe eliminar.
No voy a hacer spoiler” a los que no hayan leído la novela, pero sí recordar a Bradbury, al que siempre conmovió la destrucción de la cultura que producían las aberraciones políticas como el senador James Mc Carthy, cuya épica destructiva inspiró la obra. En su locura, Mc Carthy quemó millones de libros, persiguió y encarceló por sus ideas a miles de ciudadanos en Estados Unidos. Bradbury terminaría años después revelando que su obra también aludía al mundo que veía nacer del control que ejercen sobre las mentes los medios de comunicación.
Del papel al cine
Farenheit 451 fue publicada en 1953, en plena Guerra Fría y en el auge de la persecusión macartista que recorría como un fantasma a Estados Unidos. Un libro valiente en una época oscura.
Pero trece años después, el cineasta francés Francois Truffaut la llevó al cine creando una película maravillosa. Dio vida a Montag, a Clarisse, a sus conflictos y al absurdo y surrealista mundo creado por Bradbury.
Como libro, Farenheit 451 dibuja un mundo remoto, lejanísimo… ¡más allá del año 2010! Como película, propone un universo que podía ya palparse. Truffaut llenó la película de reminiscencias retro y proyecciones futuristas. Un teléfono de 30 años atrás junto un smart tv pantalla plana, que permitía incluso “interactuar” con el público desde el estudio de televisión. O el Metro del futuro. Truffaut filmó sobre el prototipo de un monorriel aéreo, que estaba ya a prueba en Francia
La idea es la misma: ¿Es posible que marchemos a mundo sin libros, sin escritura, sin lectura, donde leer sea considerado pecado, delito o actividad intrascendente?
¿Desaparecerán las bibliotecas? ¿Cómo se guardará el saber, entonces? ¿Tendrá la gente que aprenderse los libros de memoria para conservar el pensamiento de la humanidad? Esa fue la solución que en 1953 dió Bradbury en su libro.
En 2018, financiado por HBO, el cineasta Ramin Bahrani dio respuesta en un lamentable remake fílmico de la afamada novela de Bradbury, y filmó un Farenheit donde obviamente los libros se guardan en archivos codificados y computadores secretos que son igualmente perseguidos y quemados. Y donde lo que hay que salvar, ya no solo el conocimiento y la cultura, sino el ADN.
Leer más allá de los libros
Un mundo sin libros es un mundo sin lectura, y es este a su vez un mundo sin inteligencia, sin sensibilidad, sin reflexión, sin aprendizaje.
El poder ha tenido siempre una extraña relación con los libros y casi podría decirse que el poder es extraño a los libros. La Biblioteca de Alejandría fue incendiada por los romanos (accidentalmente o no) para borrar la supremacía de la cultura helénica.
El nazismo gritó «¡muera la cultura!” y quemó infinidad de libros, además de seres humanos. Como recordó recientemente Abel Prieto en un artículo dedicado al centenario de Bradbury, en 1933, en un solo día, los nazis quemaron 20 mil libros durante la llamada «Acción contra el espíritu antialemán». Veinte años después de la aparición de Farenheit, en 1973, Pinochet ordenó quemar decenas de miles de libros en las Torres de San Borja, en Santiago de Chile, para simbolizar la “destrucción del comunismo” cuyo sangriento camino recién iniciaba.
Es extensa la lista de quienes han escrito sobre el tema. Jorge Luis Borges, a quien obsesionaban tanto los libros como la biblioteca, escribió un cuento maravilloso La Biblioteca de Babel y allí dijo: «Basta con que un libro sea posible, para que exista». Fue también Borges el que fabuló sobre un emperador chino que mandó a quemar todos los libros para que la historia comenzase con él.
¿Qué diría hoy el gran escritor argentino al saber que en Europa hay una biblioteca por cada 15 mil habitantes y en África una por cada millón 300 mil?
Ya lo intuyó Bradbury. El mundo parece marchar hacia la lenta desaparición de la lectura como forma social.
El internet y el paradigma digital, con sus maravillosas posibilidades de ofrecer y acopiar información, no ha resuelto algo que parece una tendencia inevitable. El empobrecimiento cultural marcha al ritmo que se afirma la sociedad del espectáculo: el mundo distópico de la trivialización de la vida y la estupidización masiva y virtual.
En el futuro próximo no será necesario quemar los libros ni los servidores que los guardan porque la gente ya no leerá, no entenderá o habrá olvidado todo.
Cada día la gente lee menos, y entiende menos lo que que lee, dicen reportes de la ONU. Hay que volver a amar la lectura. El mundo, como ya lo dijo Giovanni Sartori, es territorio del homo videns. Noventa por ciento del contenido que circula por la red es video. Si no eres imagen, no existes.
Lee, pues, Diego, que algo queda. Hazlo por Bradbury, por Montag, por Clarisse y por ti mismo.
/CP