Conoce los detalles de la «sala de las lágrimas» donde el cardenal se convierte en Papa
«En esta sala, denominada ‘del llanto’ desde Gregorio XIV, quien aquí, el 5 de diciembre de 1590, recién elegido Papa, derramó lágrimas de emoción, el nuevo Pontífice, después de aceptar la elección, se viste con los atuendos propios»; son las palabras inscritas en una de sus paredes, empotrada en una lápida con fecha del 31 de mayo de 2013.
La sala de las lágrimas o del llanto es el lugar donde el Papa recién elegido se recoge en oración y se cambia de vestidura con características formales. Es una sala muy pequeña, incluso angosta, compuesta por dos escaleras —una que sube y otra que baja— y una ventana.
Este recinto se encuentra justo detrás de la gran obra del Juicio Final de Miguel Ángel, en la pared donde también estaba pintado el fresco de Perugino con la Asunción, que ya no vemos, pero que podemos imaginar y que conocemos gracias a un dibujo. Es, por tanto, en ese lugar donde el Papa cambia de vestidura.
Lugar de toma de conciencia
Este lugar poco iluminado, mientras rezan y, a veces, como indica el nombre de la sala, lloran, sobrecogidos por la emoción. Tras los días agitados del cónclave, el nuevo Papa se encuentra por primera vez a solas consigo mismo. Solos, pero cara a cara con Dios, en donde la conciencia los atraviesa como un relámpago: desde ese día serán Papas, asumirán el mandato petrino.
Contra la pared de este espacio de servicio se impone la grandeza dramática de los frescos de Miguel Ángel, pero oculto aún se conserva lo que originalmente debía completar el complejo aparato iconográfico de toda la Capilla. Se trata del fresco de Perugino, protegido por una cámara detrás del Juicio Final, pero conocido gracias a un dibujo de los primeros años del siglo XVI, conservado en el Museo Albertina de Viena.
A los pies de la Asunta, entre coros de ángeles y santos, aparece —como único ser viviente— el Papa Sixto IV della Rovere arrodillado. Con las manos juntas en oración, el rostro vuelto hacia la figura de la Virgen; la tiara en el suelo y la cabeza descubierta como signo de humildad y respeto; la llave petrina apoyada sobre su hombro derecho, símbolo de la misión, pero también del peso —casi una cruz— que debe llevar el Pontífice.
Resuenan claras y comprensibles las palabras del Evangelista Juan:
«…Cuando eras joven, te vestías tú mismo y caminabas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras». Esto lo dijo para indicar con qué muerte iba a glorificar a Dios.
“Sala de las lágrimas”
Lo que ocurre allí es importante desde el punto de vista simbólico. En ese momento, el Papa toma conciencia de lo que ha llegado a ser, de lo que es a partir de ese instante. El cambio de vestidura expresa el profundo cambio en su existencia. En ese lugar, comprende que el oficio es más grande que la persona. Tal vez de ahí provenga el nombre de “sala de las lágrimas”: porque en el momento en que el nuevo Pontífice toma conciencia de que la figura del Papa es mucho más grande que quien la encarna, entiende también que, bajo ese papel, deberá morir cada día, para que no sobresalga su persona, sino el oficio; para que emerja el Vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, hoy, tras más de doscientos Papas.
En ese momento, el Papa recién elegido, al comprender lo que por gracia de Dios ha llegado a ser, entiende que el oficio es mayor que su persona, y que su grandeza personal dependerá de su capacidad de encarnar plenamente ese oficio de Vicario de Cristo, de sucesor de Pedro. En el papado no debe sobresalir la persona: en el momento en que lo hace, el oficio pierde su significado, se devalúa el rol y también los fieles pierden mucho.
Contemplar la sala de las lágrimas y la figura del Papa de esta manera —al hombre, al cardenal que se convierte en Papa, que deja los hábitos cardenalicios y asume los pontificios— es exigente. Se necesita una visión sobrenatural, que nos lleve a ver no solo nosotros que imaginamos la escena, sino también el propio Papa, quien debe aprender a leerse a sí mismo con los ojos de la gracia, con los ojos de la fe, con una mirada sobrenatural.
¿El Papa recién elegido permanece solo o alguien lo asiste?
Generalmente, es asistido por el maestro de ceremonias; el cardenal elegido es acompañado hasta esa puerta, bajo el Juicio Final, a la izquierda del altar, desaparece y de allí sale con las vestiduras pontificias.
En este Año Jubilar se cruza la Puerta Santa y también se cruza el umbral de la sala de las lágrimas, lo que marca un cambio profundo porque toca la intimidad de la persona que se convierte en Papa.
Se podría decir que toca el corazón del ministerio petrino: un hombre que se convierte en Papa, un cardenal que se convierte en Papa. Es llamado Papa, pero cuando se usa la terminología con la que históricamente se ha designado a los pontífices, se dice Vicario de Cristo, sucesor de Pedro y, como lo definía santa Catalina de Siena —ya que en estos días también celebramos su fiesta—, el “dulce Cristo en la tierra”.
Fuente: Vatican News
VTV/DR/CP